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Todos somos culpables de la patada de Leyendeker
La brutal acción de juego lesionó al Changuito Zeballos y el defensor fue lanzado a la hoguera. De todos modos, y sin ánimo de aliviar las penas que le corresponden, no deja de ser una acción de juego que Periodistas, entrenadores y jugadores se cansaron de enaltecer.
Cinco minutos y veintisiete segundos habían pasado desde que el árbitro Maximiliano Rodríguez pitó para dar comienzo al partido por los 8vos de final de la Copa Argentina entre Boca Juniors y Agropecuario en Salta.
Los cinco minutos y veintisiete segundos que en un sin fin de charlas de vestuario, de paneles de televisión o de columnas de opinión propios y extraños tomaban como un tiempo lógico para dar la primera «murra».
«Si pegás una patada antes de los diez, el árbitro no te echa y lo dejás golpeado al habilidoso del equipo contrario», nos cansamos de escuchar a ex jugadores y técnicos mientras mirábamos las patadas de Ruggeri, Passucci, Krupoviesa, entre otras, con un coro de risas de fondo.
A los cinco minutos y veintisiete segundos, Milton Leyendecker le pegó una patada descalificadora al delantero Exequiel Zeballos que lo sacó de la cancha y le provocó una «lesión de la sindesmosis tibioperonea distal con lesión del ligamento deltoideo y avulsión del maléolo posterior del tobillo derecho».
La primera decisión del árbitro fue sacar una tímida amarilla mientras los jugadores de Boca se le iban al humo al defensor de Agropecuario y se armaba el primer duelo de guapos entre ambos equipos.
Luego llegó la expulsión, llegó el llanto de Zeballos, llegó el análisis del relator y el comentarista -con algún chiste incluído, llegó el show televisivo de como el Changuito se subía a un remis que lo depositaría en un hospital provincial y, lógico, las redes sociales que lanzaron a la hoguera al defensor con un sin fin de comentarios.
Lógicamente con el correr de las horas los shows televisivos hicieron lo suyo. Llenaron horas y horas de programación defenestrando al jugador de Agropecuario y también, por supuesto, crucificándolo de por vida.
Pero esa patada tiene una historia, tiene un presente y probablemente tenga un futuro. La historia, son los años y años que desde que son infantes los jugadores tienen que aceptar y armar, en consecuencia, una coraza que los convierta en hombres, rudos, machos, viriles y en algunos casos violentos.
Son años y años de entrenadores que buscan que los defensores sean malos y tengan cara de malos. Son años y años de hinchas que endiosan a los que pegan más fuerte. Son años y años de periodistas enalteciendo a los que juegan bien, pero si pegan una patada son más «atractivos» para el show. Son años y años de escuchar a los ex jugadores justificar y enaltecer sus acciones violentas.
¿Qué pretendemos que salga de un jugador que semana a semana vive y escucha que es lo que tiene que hacer en esos «primeros diez minutos»?.
El oportunismo de una AFA que aplicará una «Sanción disruptiva», los medios que tiran aún más leña a la hoguera y se reconvirtieron cual camaleón para dejar atrás aquel endiosamiento a los jugadores picapiedras para ahora pensar en cuan violentos son los defensores.
No hay que cargarse a un pibe de veinticuatro años. Los medios, las redes, no pueden crucificar a un jugador que, pese a pegar una patada descalificadora, deberá recibir una sanción por esto y no mucho más.
No podemos ni debemos entrar en la lógica de la cancelación futbolística a un jugador que pego una patada. Revisemos los discursos, las acciones, las historias y aprendamos para que no haya más patadas descalificadoras en esos primeros diez minutos con el único objetivo de dejar «tocado» al rival.