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La importancia de una Educación Alimentaria Familiar
Como las costumbres familiares pueden influir en la alimentación de nuestras vidas.
Cuando en mi infancia mi abuela Nonina -de Potenza Italia- me preparaba el desayuno al quedarme a dormir en su casa, algo para mi recurrente ya que pasé mucho tiempo con ella, se aproximaba un comienzo del día excepcional que motivaba realmente a levantarse.
Aquel tremendo aroma a tostadas hacían presagiar que se acercaban los circulitos de pan francés con manteca, irresistibles y que hasta hoy me hacen regresar a aquellos momentos.
La comida de la abuela siempre era palabra mayor, nucleaba amor con sabor y exigía que esa porción puesta en el plato debía consumirse hasta que nada quede porque eso era sinónimo de crecimiento, respeto y buena alimentación.
Mucho de lo que consumimos en casa es sinónimo de una cultura adquirida por la familia, que a su vez heredó costumbres de antiguas generaciones en donde la industria alimenticia siempre estuvo presente y se sentó en la mayoría de las mesas de cada hogar, sin que casi nos demos cuenta o nos cuestionemos si realmente todo lo que esa industria proponía -y propone- es realmente bueno para nuestra salud.
En base a esto podemos hacer un ejercicio y pensar si se nos viene a la cabeza una publicidad de algún producto porque lo vimos en un medio de comunicación y nos quedó la música, los actores que la hicieron, el envase o paquete y hasta de que año era la misma, pero no lo recordamos por su calidad alimentaria y si era bueno o no consumirlo.
Pasamos por Gaseosas y jugos azucarados, mayonesas, galletitas y una lista grande de otros productos que son parte de nuestra historia casi por imposición y sin demasiada posibilidad de elección. La promesa de felicidad siempre estuvo latente a través de un determinado sabor que estaba repleto de conservantes, aditivos, saborizantes, entre otros.
Hoy está claro que esto está expandido a gran escala y de manera permanente a través del aumento de la tecnología, la hiperconectividad y la reproducción de la información, la cual muchas veces no es fehaciente.
Antes de decidir respecto a cómo alimentarse para la realización de la práctica deportiva infantil, es necesario que la familia se repregunte sobre sus propias costumbres, para poder saber si estas están siendo un beneficio para la salud o si deben revisarse y modificarse.
A su vez, si el sedentarismo está inmerso en la práctica cotidiana de los integrantes de esa familia, no será un ámbito beneficioso para contribuir a un cambio en cuanto a la alimentación.
Para 2019, la OMS informó que la Argentina está dentro de los 20 países más sedentarios del mundo. Por estas razones, el deportista en formación debe estar listo para formar su desarrollo deportivo en un contexto de mala información brindada por la industria, ausencia de políticas públicas por parte del Estado para su seguridad alimentaria, sedentarismo y un contexto sociocultural que muchas veces no es el mejor.
Luego de poner el ojo en estos puntos es cuando la familia pasará a estar en condiciones de formar un equipo de acompañamiento en la formación del deportista infanto-juvenil, colaborando con buenos hábitos alimenticios desde casa.
A modo general, la incorporación de frutas y verduras; legumbres, cereales integrales, frutos secos y la reducción de carnes rojas y su posterior reemplazo por las blancas -en caso de consumirlas-, son algunos de los ejemplos que deberían empezar a estar en la planificación alimentaria de la familia.
A su vez, existe la responsabilidad de los clubes en apoyar a las familias brindándoles espacios educativos para conocer más al respecto de alimentos reales y predicando con el ejemplo en su práctica cotidiana.
En relación a este tema, el Profesor Demián Portela afirma: «En mi experiencia como participante de deporte federado desde los 8 años, he pasado por varios clubes que están actualizados en estos temas y brindan capacitaciones, ofrecen alimentos saludables e invierten tiempo, esfuerzo y dedicación en la educación alimentaria de su comunidad, como organismo de educación no formal que son».
Y agrega: «En otros casos, siguen mandando a los chicos y a las chicas en los descansos de los entrenamientos a tomar agua de la canilla o bien, llenan bidones con esa misma agua -a veces caliente- para que todos tomen. Ésto es un claro ejemplo de no cuidado a la salud, ya que cuando tomamos agua de la canilla no estamos incorporando los minerales que necesitamos sino todo lo contrario, esa agua nos desprovee de los minerales de nuestro propio cuerpo y no terminarán beneficiando la hidratación y por ende la práctica deportiva».
Volviendo a Nonina y sus tostadas, debemos como familia revisar nuestro espacio de encuentro, que es en definitiva lo que solemos hacer los argentinos al momento de «juntarnos a comer».
Las prácticas cotidianas y reuniones familiares por fechas específicas o por simples tradiciones, cargan una relación emocional en nuestros hábitos y que pese a participar porque claro la pasamos bien, si se reiteran con asiduidad puede perjudicar a nuestra salud por «lo que comemos».
Tal es así que nos juntamos a comer un asado, unas pizzas, pastas con harina refinada, etc, pero pocas veces nos juntamos a comer una receta hecha con alimentos más saludables y en los cuales la industria no esté involucrada y los nutrientes de una alimentación real estén presentes.
Con todo lo expresado no estoy queriendo invitar a que la familia no se junte a comer más la comida que le gusta, que en casa nunca más se tome una gaseosa o que haya que provocar un cambio radical en la alimentación de un día para otro. La invitación está hecha a reflexionar, educarnos, informarnos y tomar mejores decisiones en nuestros hábitos alimentarios para ir construyendo un camino de educación alimentaria para todos.