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Salvemos nuestra identidad

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Décadas de desidia estatal, problemas financieros, dirigentes cansados y clubes que pueden dejar de existir.

Los Clubes de Barrio son de lo poco que queda en pie como estructura legendaria de un país con cada vez menos identidad.

Sos de lo poco que queda en pie pero si en algún momento el estado no se hace cargo pasarán a la historia.

Atrás van quedando las Unidades Básicas o Comités que ya en el interior profundo del país son una excepción y en Capital Federal y Gran Buenos Aires cada vez es más raro cruzarse con un espacio político.

Atrás también van quedando los centros culturales que no solo entraron en una profunda crisis monetaria sino también hoy no encuentran en los adolescentes un público apasionado como ocurría en los 80′, 90′ o 2000. Esos adolescentes hoy se relacionan y explican su arte en las redes sociales o plataformas audiovisuales y los espacios bajan sus persianas mes a mes.

Los bares de antaño, espacios de referencia en el debate social, político y que día a día mantenían viva la llama de la conversación durante toda una jornada tuvieron que ser vendidas a frías cadenas multinacionales que lo único que hicieron -y hacen- es crear espacios superficiales sin contenido ni identidad.

Los Clubes son de lo poco que nos queda como identidad. Se mantienen en pie y los niños, niñas y adolescentes que quieren patear una pelota o hacer deporte, siguen contando con esos espacios de referencia para transitar sus sueños de llegar a lo más alto del deporte. Mantienen en pie, además, el debate social, cultural y las conversaciones entre pares.

Siguen siendo espacios barriales de referencia. Siguen teniendo el núcleo duro de vecinos esperanzados en que sus pibes se enganchen en algún deporte para que la consola de videojuegos no los someta en el día a día.

Pero ese espacio, hoy, parece tener fecha de vencimiento.

Esa energía de los dirigentes, ese sacar plata de su bolsillo en algún momento caduca si ve que la ola se lo lleva y eso, si no tiene apoyo estatal, en algún momento colapsa.

Hace cinco años y tres meses que los clubes luchan contra la desidia estatal. Hace cinco años y tres meses que un dirigente deportivo no los reúne y sin pelos en la lengua les pregunta ¿Qué necesitan para trabajar tranquilos?.

El año pasado hubo reuniones por zoom, pero no fueron otra cosa que monólogos excusándose o presentando programas que le llegan a pocos.

Ayer Diógenes de Urquiza al frente de la agencia de deportes del gobierno de Mauricio Macri y hoy Francisco Chibán, director de clubes argentinos, se acercan a las instituciones exclusivamente para sacarse una foto y mostrar que fueron participes de una «jornada de debate y de escuchar al otro» pero las soluciones de fondo escasean y todo queda en promesas sin cumplir,

Desde la rama deportiva nacional del Frente de Todos, hoy, no hay ni UN dirigente preocupado para ver de que manera solucionar las deudas y las diversas problemáticas con las que cuentan las instituciones. NI UNO.

NI UNO se acercó a Ferro para consultar porque se dejaban extorsionar por el empresario Christian Bragarnik vendiendo a cambio de algunos pesos porcentajes de sus pibes.

Hace una semana hablando con una dirigenta de un club de barrio me comentó que tienen un rojo de tres millones de pesos. Sí, tres millones de pesos. ¿Sabrán los dirigentes que hoy ocupan un sillón en el estado lo que le cuesta a un club juntar esa planta?¿Sabrán como se acuesta un o una vecina pensando estrategias de como sobrevivir un mes más?

El estado debe ser participe de este cambio cultural que se vive y que nos pasa por arriba. Debe apoyar con uñas y dientes a los pocos espacios identitarios que quedan en pie. Deben hacer lo que sea necesario para que los clubes de barrio no desaparezcan.

Hoy eso no pasa. No hay un teléfono que se levante y que pregunte como están los números de un club o cual es su principal preocupación en el día a día.

El Ministerio de Turismo y Deportes tiene un presupuesto millonario que hoy centra sus políticas en darle un cheque a una institución para comprar materiales y hacer una tribuna. ¿En serio esa es toda la imaginación que tienen para las miles de instituciones que se sostienen con lo que pueden?

Los dirigentes, vecinos, padres, madres y cada persona que posiciona su vida en torno al club debe también potenciar su reclamo. Debe pedir que el estado esté presente y mueva todo lo que tiene de sí para que esos espacios no desaparezcan. Porque hoy, si los vemos detenidamente, están más cerca de cerrar sus espacios que de sus mejores y más felices años.

Y un país sin clubes es, definitivamente, un país sin identidad.

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