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Los Guerreros Rojos y como hacer camino al andar

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La escuelita de fútbol ubicada en Reconquista, Santa Fé, nació gracias a un padre que, disgustado con el trato recibido para con su hijo, fundó un espacio y así permitió que éste tenga su lugar para practicar. Con escaso apoyo municipal, los Guerreros quieren seguir creciendo como lo hacen desde hace un año y medio.

En las últimas horas Gabriel Omar Batistuta mostró su fortaleza y con un puño en alto explicó que fue intervenido quirúrgicamente de uno de sus tobillos, esos que lo tienen maltrecho y apenas lo dejan caminar.

Batistuta, es quizás el máximo exponente de una Reconquista plagada de campo y terreno verde que invita en cada buena cosecha a reinvertir nuevamente en el terreno e ir hasta el supermercado, llenar el chango y comprar provisiones para los próximos meses que se avecinan.

Ese terreno fértil en donde no solamente se trabaja la tierra sino que también crece la ganadería que en muchos casos se exporta, es testigo como el último año y medio nació una escuelita de fútbol que se mantiene en pie y crece como el trabajo de los campesinos cuando hay que empezar la campaña.

Esa escuelita, Los Guerreros Rojos, nacieron desde la necesidad y también desde la protesta.

Movilizados al no encontrar un buen trato para con su hijo, Marcelo Benítez y su mujer Nadia Torres decidieron abrir su propio espacio y darle lugar no solamente a su hijo, sino también a cada pibe que necesite practicar deporte y así generar una contención que los haga mejores no solamente adentro de la canchita sino también afuera.

Marcelo, explica el esfuerzo que significa terminar de levantar paredes como albañil, o lavar y guardar los baldes llenos de concreto para volar a su casa, bañarse y llegar al club.

De todos modos, ese esfuerzo, no representa nada comparado al goce de recibir a los pibes y ver cómo evolucionan cuando le pegan a la pelota, porque además de padre y albañil, Marcelo es el profesor y quien lleva adelante la escuelita.

No es fácil explica Marcelo.

El toparse con estado ausente que no les facilita un terreno para poner una canchita y así tener a más pibes que contener o el contar con una estructura que les permita organizarse mejor es una injusticia que pocas veces comprende.

No es fácil ver cómo hay tanto verde en una ciudad chica y que no haya predisposición o una política deportiva del municipio o la provincia que les brinde las comodidades básicas para la escuelita.

Tampoco cuentan con las camisetas necesarias, pecheras, pelotas o guantes para que los arqueritos no sufran ante cada pelotazo invernal.

«Muchas veces preferimos largarnos por nuestra cuenta que tener que hacer todos los trámites burocráticos. Es una lastima porque en el predio que a veces te presta el municipio tenemos que entrenar cuatro escuelitas juntas y los chicos no tienen ni siquiera espacio», explica Marcelo deseoso de que al menos le digan como hacer para poder conseguir un terreno.

De todos modos se reponen. Se reponen, aguantan, siguen y además proyectan.

Proyectan sumar mas chicos y además que las chicas tengan aún más presencia. Hoy son tres las niñas que se mezclan en los entrenamientos pero desde su interior desean poder conformar un equipo o que cada categoría tenga el suyo.

Dentro de las problemáticas, también están las económicas. Porque como escuelita comenzaron a jugar la liga y cada torneo al que los invitan, pero a veces no alcanza con la baja cuota social que cobran para costear los viajes o que los chicos no tengan su sandwich después de los partidos.

El espacio que tienen en el barrio Lanceros del Sauce en la calle 42 y 43 es un lugar que lo toman como propio, gracias a las comodidades que les dan, pero lo que Marcelo cuenta es que necesitan tener su espacio.

Son 50 los chicos que hoy entrenan divididos en las categorías 2005, 2007, 2008, 2011 y 2012 que sueñan con ser los próximos Ángel Comizzo (Ex árquero de River, entre otros), Federico Mancuello (Ex independiente) o Gabriel Batistuta, los ídolos locales que fueron contemporáneos a sus padres o abuelos.

Esos ídolos que hoy pueden caminar por las calles y sentirse orgullosos de que haya chicos y padres que los quieran imitar, que van al club, a la escuelita de Los Guerreros Rojos y gritan igual de fuerte los goles y las injusticias como las que sufren al no ser escuchados.

Esos chicos y padres que piensan que en algún momento vendrán tiempos en que sí serán vistos y tendrán un espacio propio en donde puedan ganar ese sentido de pertenencia que los haga sentir aún más grandes.

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